LA MÚSICA, ¿FENÓMENO NATURAL O CREACIÓN CULTURAL HUMANA?

  Los transcursos sonoros que llamamos música son percibidos de distinta manera según las culturas. Así, un oriental puede tener un mundo sonoro musical incorporado a su bagaje mental que difiere mucho del que exhibe un occidental. Es bien conocida la circunstancia en que un diplomático oriental fue invitado a un concierto con obras de Beethoven, expresando al final que le había gustado el "comienzo". El "comienzo" era la tarea de afinación de orquesta...
   Algunos teóricos como Rowell, dado el caos conceptual de los últimos años, definen la música "como todo aquello que habitualmente llamamos de esa manera", evitando así compromiso y afirmando la tendencia actual al pensamiento sin certezas. Para los fines de nuestra cultura occidental podemos definir la música (definición del autor de este artículo) como todo transcurso sonoro en el que se puedan percibir formas (Gestalt) aunque sean imperfectas y que incluya por los menos dos sonidos que pueden ser iguales en altura, intensidad, duración y timbre. Lo característico de la música es la tendencia a la organización y a la calidad del sonido. La organización es lo que nos permite, ya prever " lo que vendrá", ya desarrollar expectativas respecto a "lo que sigue". Todo esto provoca motivación, es decir, expectativa de futuro, agradables expectativas se entiende, y si estas expectativas se frustran se dirá que esa música es "mala" o "que no se la entiende". Esta asociación con el placer existe desde los orígenes de la música y explica también la búsqueda de los sonidos agradables (la calidad del sonido entendida como Timbre agradable). Así, no es lo mismo escuchar una melodía tocada en un piano de calidad que ejecutada con una flauta de caña. Aunque esta última esté perfectamente construida y afinada, su versión sonará menos atractiva. (La forma que percibimos es teóricamente la misma pero armada con elementos menos sensuales, menos placenteros.) El timbre rico en armónicos del piano se impondrá sin dudas. Los armónicos son los sonidos que se añaden al sonido fundamental de cada nota, especie de sobretonos que obedecen a leyes físicas y que otorgan la identidad sonora a cada instrumento. Son como su huella digital, así reconocemos inmediatamente el sonido de una flauta, de una trompeta, de una campana, etc. La organización es lo que permite que se compare a la música con un lenguaje. El músico se expresa por medio de sonidos que están organizados en escalas (escaleras) es decir vibraciones que suben y bajan en altura (número de vibraciones por segundo). Las escalas son selecciones de sonidos más o menos arbitrarias y que tienen la sanción de la experiencia de siglos de cada cultura. La escala es una división de la "octava" en una serie de escalones a distancias no siempre iguales. La octava es la distancia que existe entre un do y el do siguiente (Se duplican las vibraciones, por ejemplo: el primer do tiene 240 Hz y el segundo corresponde a 480 Hz).

Lucia Castillero
   Los humanos han seleccionado una serie de escalones sonoros que es distinta para cada cultura y que puede ser más o menos "fina" o rica en peldaños. Así, los hindúes tienen 24 notas por octava, siendo nuestro sistema de 12 notas por octava (si bien la nomenclatura menciona 7 notas del do al si, lo cierto es que son doce si se tienen en cuenta los bemoles y sostenidos, (las teclas negras del piano). Esta escala occidental es más realista desde el punto de vista práctico que la hindú o cualquier otra que incluya más de doce tonos por octava, por ser estos tonos más accesibles al oído común y de afinación (entonado) más fácil. Los sistemas de 24 o más tonos por octava se llaman microtonales, por ser muy pequeño el salto de un tono al siguiente.
  El occidental que escucha una música microtonal experimenta una desagradable impresión de sonidos "desafinados" o inconexos, debido a su falta de frecuentación y porque está por siglos falto de un mayor entrenamiento en discriminación auditiva.
  Hablar sobre los orígenes de la música puede llenar una biblioteca entera y será motivo de artículos sucesivos.
   Dijimos que la música se asocia con el placer: así, la voz humana, instrumento musical por excelencia, esta asociada al origen y organización de los sistemas musicales e íntimamente ligado al placer del sonido. De este modo, se explica que las personas dotadas de una voz bien timbrada ejerzan sobre las demás una fuerte influencia sensual, siendo múltiples las consecuencias de este fenómeno, ya sea en el plano sexual o en las relaciones sociales, económicas o políticas. Es sabido que un vendedor que sabe "trabajar" un buen órgano vocal, vende mucho más que aquel que tiene voz áspera o poco educada. Los cantantes populares y operísticos mueven multitudes y manejan un enorme poder económico al ejercer tan tremenda influencia afectiva-sensual. Algunos cantantes, como Edith Piaf o Azanvour manejan con tanto talento la parte afectiva que la escasa sensualidad de sus voces pasa a segundo plano. Como vemos, es ingenuo creer que la música es un simple entretenimiento ya que su capacidad de transmisión y movilización de contenidos afectivos, le da un poder de fascinación único entre todas las artes. Cabe preguntarse: si está tan asociada con el placer, ¿porqué gusta la música dramática, tan cargada de sonidos tensionantes, brusquedades, asperezas, acordes disonantes, rupturas de la expectativa, etc?. Pues, porque estas asperezas, por un lado se han ido incorporando al bagaje sonoro de los humanos (sobre todo desde Beethoven) , y por otro lado, porque el arte musical corporiza en sonidos el drama humano, las profundas contradicciones y complejidades de la mente que a su vez es creadora de estas entidades que son sus representantes. Para Schopenhauer, la música era una representación de la voluntad del universo, ese motor o voluntad ciega e irracional que existe debajo de la materia como realidad metafísica última.
  El placer que se experimenta ante la música que nos conmueve dolorosamente, valga la contradicción, es de la misma calidad que el que proviene del drama literario o teatral. Shakespeare y Beethoven son los dramaturgo que incitan a la catarsis (descarga benéfica de emociones negativas), esa misma catarsis que los griegos provocaban en el pueblo con sus representaciones dramáticas. La tragedia griega extrae su fuerza movilizadora de los mismos núcleos conflictivos que luego revelarán los músicos gracias al avance paralelo, por una parte de la riqueza expresiva de los medios técnico-musicales y por otra, de la capacidad de captación y comprensión del hombre común. Todo este bagaje cultural es, por supuesto, creación humana y artificio, pero artificio que se fundamenta en las profundidades más oscuras del ser vivo: el ritmo elemental proviene de nuestro latido cardíaco, de los ritmos biológicos, de la respiración, de las múltiples percepciones internas que se combinarán con las externas en compleja trama constitutiva de un reservorio de imágenes sonoro-rítmicas. El lenguaje hablado provee los moldes melódicos elementales, pues se mueve con cadencias que son las que darán forma a las expresiones musicales más sencillas, a manera de sistema paralelo de comunicación, desligado del carácter prosaico de la palabra. Un ejemplo simple de ello es la representación musical de un grito de angustia: un salto de octava ascendente, jamás podrá confundírselo con una expresión de placer, pues universalmente funciona como grito de alarma en los mamíferos. La música, no sólo utiliza estos efectos para emocionar, sino que satisface necesidades complejas de afecto, seguridad, variedad (necesidades psíquicas básicas del hombre), y en las formas más elaboradas (sonata, sinfonía) donde sólo pueden incursionar los grandes compositores, suministra además satisfacción a necesidades intelectuales que se relacionan con la belleza formal (arquitectura musicales) y la lógica del discurso sonoro.
   Una gran creación musical es equiparable a un sistema filosófico o a una teoría científica, tiene los mismos objetivos de coherencia interna y rigor intelectual, unidad orgánica e importancia significativa. Las grandes creaciones como la misa en si menor de Bach o la sinfonía Heroica de Beethoven, son consideradas como las más altas expresiones del genio humano. M. Bunge opina que las grandes teorías científicas son de mayor mérito que las creaciones artísticas. Esto es verdad si las consideramos en su valor de hacer intelectual con fines prácticos inmediatos y consecuencias más o menos mensurables. Lo que Bunge no dice, es que las realizaciones artísticas tienen consecuencias más difusas y amplias, pues pueden llegar a casi todo el mundo, con un lenguaje más accesible y con contenidos afectivos que las hacen amables, placenteras e incorporables, cosas que no pueden lograr los sistemas filosóficos o científicos, desarrollos intelectuales vedados al gran público.
   Esta virtud de ser querible, virtud que no puede reclamar para sí ningún sistema filosófico o científico, convierte a las grandes obras musicales en formidables vehículos para la comunicación masiva de contenidos y significados, que, expresados por otros medios, apenas llegarían a unos pocos privilegiados.
   Beethoven expresó esto en una formidable intuición que por suerte ha quedado registrada por su amiga B. Brentano : "Debo despreciar al mundo que no intuye que la música resulta una revelación mayor que toda ciencia o filosofía. Es el vino que inspira nuevas creaciones y yo soy Baco que prensa este delicioso vino para los hombres y los embriaga espiritualmente.

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