Sobrevivió 30 años todo tipo de ataques, menos la revuelta
Lucia Castillero
EL CAIRO - Sobrevivió a intentos de asesinato y a una crisis tras otra en Medio Oriente. Fue un aliado firme de Occidente cuya imagen estable tranquilizaba a muchos egipcios. Pero Hosni Mubarak dejó el viernes la presidencia como un símbolo de lo que estaba mal en Egipto: la corrupción, la represión, las esperanzas perdidas de un gran sector empobrecido.
Tras casi tres décadas en el poder, la renuncia de Mubarak era difícil de imaginar para la mayoría de los egipcios hasta hace pocas semanas. Año tras año, a medida que envejecía, la gente veía sus mismas apariciones acartonadas en la televisión: el traje y corbata, el dedo índice apuntando al cielo, la imagen de "padre de la nación".
Ante las protestas que sacudieron a Egipto, Mubarak intentó presentarse como el único resguardo ante el caos, como lo había hecho con éxito muchas veces. Pero los ataques impunes de sus simpatizantes contra los opositores mostraron que el verdadero anclaje de su régimen era en gran medida la violencia.
Blanco de odio
Cuanto más se aferró al poder, el statu quo que representaba se convirtió más y más en blanco del odio de la gente. Ahora se ve que bajo esa fachada de autoridad severa, el líder de 82 años estaba en franco declive y no era capaz de controlar la furia popular ni frenar el curso de la historia en la nación árabe más grande del mundo, con 80 millones de personas.
El ex piloto y general de la fuerza aérea había dado algunos pasos hacia un régimen democrático al inicio de su presidencia, pero luego se instaló en el estilo dictatorial que terminó por desatar las protestas comenzadas el 25 de enero.
Los aliados occidentales de Mubarak durante mucho tiempo confiaron en él para mantener la paz con Israel y alejar al fundamentalismo islámico del poder en Egipto. Una de las experiencias que lo marcó fue el asesinato de su antecesor Anuar Sadat a manos de milicianos islámicos en 1981, cuando Mubarak estaba sentado junto a él en un palco. Una semana después, un país traumatizado tenía un nuevo presidente.
Problemas de fondo
Mubarak no tenía el carisma de Sadat ni del prócer nacionalista árabe Gamal Abdel Nasser. Enfrentó los problemas que acosaban al mundo árabe: la corrupción, el conflicto palestino-israelí, el extremismo. Sus reformas llevaron al crecimiento económico, pero sus frutos sólo llegaron a unos pocos.
Animado por miles de millones de dólares de asistencia estadounidense, se convirtió en un negociador clave en la cuestión palestina. También logró que Egipto volviera a ser recibido por sus pares, luego de una década de aislamiento por haber firmado el tratado de paz de 1979 con Israel.
Al principio de su mandato, aplastó la insurgencia islamista que produjo a los asesinos de Sadat y a algunos eventuales líderes de Al Qaeda. En los 90, combatió otro movimiento fundamentalista que mató a decenas de turistas extranjeros en Luxor.
La muerte de Sadat
Mohamed Hosni Mubarak nació el 4 de mayo de 1928 en el pueblo de Kafr el-Moseilha, en la provincia de Menoufia, en el delta del Nilo. Su familia era de clase media baja, igual que la de Sadat y la de Nasser.
Fue piloto de bombarderos y ascendió en la fuerza aérea. Se hizo conocido al comandarla durante la guerra de Yom Kippur de 1973 y era vicepresidente cuando Sadat murió a su lado. Mubarak sufrió una leve herida en una mano en el atentado.
En un principio, tomó medidas populares, como liberar a prisioneros políticos, pero las esperanzas de una reforma más amplia murieron. Fue reelegido en referéndums escenificados, en que siempre obtenía más de 90% de los votos. Se despegó cada vez más de la calle, con apariciones coreografiadas y un gobierno autoritario que generó rencor por su aplicación de las severas leyes de emergencia.
En 2005, organizó las primeras elecciones presidenciales con una competencia real, pero denuncias de fraude e intimidación la empañaron. Cuando la oposición avanzó en los siguientes comicios parlamentarios, lanzó una campaña de arrestos contra la Hermandad Musulmana, el principal grupo opositor.
Mubarak renunció al poder el 11 de febrero tras 18 días de una revuelta popular comandada por jóvenes.